Tuesday, July 26, 2011

The Emperor's Little Pears by Maruja González

With each passing generation, whole cliff-sides worth of things and memories crumble away. Yet in 2011, many from the 1860s still survive. A friend from San Miguel de Allende, in fact one of the translators I most admire, Geoff Hargreaves, sent me this story by Maruja González (alas, untranslated). The author very kindly gave her permission for me to include it here on this blog. It is part of what she describes as a collection of family stories and anecdotes, nostalgia and criticisms, for-- my translation-- "at times I want to laugh, for you see, we are all, myself included, very provincial." It is a true story, a family story, and I am delighted to include it here not only because it made me smile, but because I believe it is representative of so many stories about Maximilian, many of which may never appear in print, but are still alive in Mexican families today.

For those who don't read Spanish: As part of his tours of his empire, in 1864, Maximilian visited San Miguel de Allende. He stayed in the house of the author's great grandparents, where a great banquet was prepared including, for dessert, a family recipe of little pears in syrup. Praised by Maximilian himself, the recipe was handed down until... one day... it was served to the author herself. I won't give away the ending! (For more about Maximilian's Mexican travels, see Ein Kaiser Unterwegs by Konrad Ratz and Amparo Gómez.)


LAS PERITAS DEL EMPERADOR

By Maruja González

…apreciamos en todo su valor los sacrificios que
Vuestras Majestades han hecho para venir a
regenerarnos; comprendemos la magnitud
de esta difícil pero gloriosa empresa…

Regidores del Ayuntamiento de San Miguel de Allende
a Maximiliano de Habsburgo en 1864
(Diario del Imperio)


Ya he hablado de lo anacrónicos que éramos y en muchos asuntos creo que seguimos siéndolo, es un mal del país y más aún de San Miguel y de mi familia aunque muchos nos creemos muy modernos y librepensadores. Qué se le va a hacer, las plumas se nos asoman a veces. Esta anacronía como forma de perduración, aunque inconsciente, se refleja en hechos de la vida cotidiana como hacer los pacholes en el metate o cerrar los ojos al salir del cine para que no nos de la gota serena que quién sabe qué será, también en el pensar, en el habla con modismos y palabras no solo pueblerinas sino arcaicas y, como ya he contado por ahí, en esa convivencia con los fantasmas añosos enredados en la trama de nuestra vida. Ya las nuevas generaciones se han librado de este lastre pero también han perdido aquella gracia tan provinciana que tenían las tías viejas (creo que yo ya ocupé el lugar de esas tías, pero sin gracia). Aún así, los jóvenes de ahora no se libran de oir de vez en cuando relatos qué, pasados por el tamiz del tiempo, han variado poco de una generación a otra.

Ahora voy a hablar de nuestra relación con Maximiliano de Habsburgo, (nótese que digo nuestra) sí, el merito Emperador austriaco que los mexicanos trajimos porque supuestamente no sabíamos gobernarnos (a lo mejor tenían razón los conservadores). Este honor que tuvimos los sanmigueleños de ser visitados por tan insigne personaje no se nos ha olvidado en más de siglo y medio de acontecido y cualquiera de mis familiares y otros paisanos entrados en años les podrán contar con gran orgullo la opinión que tuvo el Emperador al conocer la cripta de la Parroquia: patitieso y boquiabierto comentó con entusiasmo: ¡Esta cripta es digna de reyes! Yo no sé si el Archiduque austriaco era muy educado (que seguramente lo era, nomás faltaba, pero se excedió) o muy hipócrita, o adulador, para ganarse adeptos, o simplemente padecía de cataratas pero hay que visitar nuestra cripta para sospechar que alguno de estos padecimientos lo aquejaba.

Los festejos que se hicieron en San Miguel para recibir a tan importante personaje, que llegó a la una y media de la tarde del trece de septiembre de 1864, en su periplo para ser conocido y conocer sus nuevas posesiones, cuando iba de paso hacia Dolores Hidalgo a echar el Grito de Independencia (la primera conmemoración después de la arenga del Padre Hidalgo en 1810), fueron festejos muy fastuosos y todo mundo se alborotó para agasajarlo: repiques en todas las iglesias, multitudes vitoreándolo, un imponente Arco Triunfal de origen romano en la esquina de la Plaza, misa solemne, saraos, jamaicas populares, fuegos artificiales y cohetes, muchos cohetes porque esos sí nunca nos pueden faltar, los arcos romanos los dejamos de hacer pero sin el coheterío no podemos vivir, y siguieron con cuanto mitote se les ocurrió para el pobre Maximiliano que siempre estuvo muy enfermo y lo deben de haber acabado de amolar.

No sé por qué causa hospedaron a Su Majestad en la casa de mis tatarabuelos (de la familia Lambarri, en la esquina de San Francisco y Corregidora) y ahí se le hizo solemnísimo banquete con música y solistas y las señoras encopetadas lamentaron mucho la ausencia de la Emperatriz, Carlotita, como ya le decían de cariño. Todas estas señoras de la crema y nata de San Miguel se pulieron haciendo rebuscados manjares a cual más exquisito y lucidor. Una de mis tías tuvo a bien preparar unas peras en almíbar que encantaron al monarca, quien se volcó en elogios a tan maravilloso postre. Esta anécdota, como se comprenderá es otro de los orgullos de la familia junto al de la tía Tita, que componía poesías a la Virgen del Tepeyac y el de mi tía Lupe la cristera.

A mi hermana y a mí esa historia nos embobaba, era nuestro único contacto con la realeza aunque mediara un siglo entre nosotros y nos transportábamos a un cuento de hadas propio. –Un día de estos les voy a hacer las “Peritas del Emperador”—nos decía mamá y esperábamos y esperábamos y ese día tardaba en llegar. Tras muchos ruegos llegó el momento ansiado: --Hoy hay de postre “Peritas del Emperador”--.Ilusión, suspenso… Llegó a la mesa el platón con unas tristes peras de San Juan también nadando en un triste almíbar que tenían un sabor soso más triste aún. – ¿Y esto le ofrecieron a Maximiliano? -- Nos ganó una risa de no parar. Mamá se enfurruñó y nunca volvió a hacernos el cacareado platillo.

Ahora pienso que el pobre visitante real, que padecía una disentería galopante desde antes de llegar a México, debe haber estado harto de comilonas y la sencillez de las peritas le cayó muy bien al estómago y sí debe haber sido sincero en sus elogios. En los de la cripta, bueno…quizá tenga yo que ir de vuelta a visitarla uno de estos días a ver si me pasmo como el Emperador.


Next post: next Tuesday.

Tuesday, July 19, 2011

Dancing Chiva's Maximiliana, Richard Salvucci on How Google Disrespected Mexican History, and Catherine Clinton on Mary Chestnut

This blog has been quiet lately because I've been preparing the launch this fall of several e-books, including a few works of Maximiliana, and the e-book of my novel in Spanish translation, El último príncipe del Imperio Mexicano. (View the complete catalog here and watch my brief video about e-book cover design here.) My original intention with this blog, to share my research on (most) Tuesdays, remains firm, and to be sure, I still have many books and archives and individual documents to comment on-- so be sure to check back again next Tuesday.

This Tuesday, two notes in one. First, I'd like to recommend an article by Professor Richard Salvucci about the unfortunate fate of a very important archive of Mexican newspapers. It's news in itself, but in a broader sense, it illustrates the fragility of digital archives.

Second, a note about Mary Chesnut, author of a diary, first published posthumously in 1905 in a bowlderized version as A Diary from Dixie, and later in expanded and annotated editions, including the Penguin Classics edition introduced by Catherine Clinton. While Mary Chestnut had nothing to do with Mexico, as a writer of historical fiction, I needed to immerse myself in the vocabulary and syntax of the time. Some of my characters, most notably, the American mother of the prince and Mrs Yorke (mother of Sara Yorke Steveson), would have been contemporaries of Mary Chesnut, so hers was one of and certainly the most vivid of several memoirs I read, taking careful note, as might a poet. (As I like to say, a novel is a poem.) I had long planned to make a note about Chesnut's memoir in this blog but historian Catherine Clinton's splendid essay about her, "Queen Bee of the Confederacy," came out recently in the New York Times Opinionator, so, that covered, I warmly recommend that to you... and I'll move on to other subjects. Next post: next Tuesday.

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